Una despedida
Tiempo de lectura: 2 min 20 seg.
Las paredes que lo saben todo sobre mi vida. Si ellas hablaran, ¿qué podrían decirme que acaso yo hubiera olvidado?
Una vivienda, situada en el corazón de Las Arenas.
‘La he encontrado’, nos comunicó mi ama a los cuatro miembros de mi familia, hace ya algo más de 3 décadas. ‘Está situada en el centro de Las Arenas, muy silenciosa y con mucha claridad, es un segundo piso, está al lado de todo: la playa, los paseos… Mendi, es todo llano – le dijo a mi padre- tiene tres habitaciones, el salón, dos cuartos de baño, calefacción central y un bonito portal con dos ascensores.’
Con estas descripciones y la fuerza de mi madre fue al atardecer cuando nos decidimos a ver la casa mi padre, mi madre y yo. Tengo que decir que en el camino hacia la vivienda la que marcaba con fuerza y ligereza los pasos era mi madre. Nos había convencido para ir a verla, teníamos que llegar lo antes posible, como si temiera que en el camino algo pudiera suceder que desvaneciera sus sueños.
Cruzamos el Puente Colgante y la emoción fue en aumento. Un barrio, un pueblo diferente… en línea recta hasta llegar a la casa, no nos llevó más de 4 minutos. La calle Mayor nos recibió con sus mejores galas: buenas tiendas, bonitas cafeterías, joyerías, bancos, gente elegante…
‘Por fin hemos llegado, este es el portal’, de nuevo nos comunicó mi madre tocando el timbre desde abajo. Se abrió la puerta, cogimos el ascensor, creo recordar que fue el primero según llegamos y subimos al segundo piso. Nos estaba esperando en la puerta una señora con dos niños, ella nos iba a enseñar la vivienda. Nos invitó a entrar, dirigiéndonos al salón, situado en el centro de la casa… y tan solo con una mirada rápida fue suficiente para que mi padre dijera ‘nos quedamos con ella’.
¡Qué sorpresa, qué rapidez, qué alegría! Mi padre volvió a anotarse uno de sus goles más importantes. Una nueva etapa en nuestras vidas: largos paseos para él a la orilla del mar, siempre presumía de andar 9 km por las mañanas y otros tantos por la tarde si el tiempo acompañaba. ¡Qué contento y orgulloso le veía llegar a casa! Siempre decía: ‘lo mejor que hemos podido hacer, bajar a vivir a Las Arenas, todo tan liso, tan llano’ – remarcaba.
Mi madre, feliz. Todo a su alrededor: supermercado, pequeñas tiendas de alimentación, boutiques donde entretenerse viendo escaparates en sus paseos por el barrio, playas cercanas, la primera de ellas a tan solo 3 minutos, cafeterías y bancos alrededor para poder inspirarse con la mirada, acceso rápido a Bilbao (entonces tren, ahora metro)… que gracia, la casa a 3 minutos de todos los sitios.
‘Vivimos en el mejor sitio de España’, fue una de las frases que acompañó a mi madre en todos estos años. ¿Qué podrían recordarme estas paredes que yo hubiera olvidado? Entre ellas fueron tomando forma y realizándose mis sueños. Estas paredes, ellas han sido testigo a lo largo de todos estos años de tantas cosas… ¡Cómo olvidar…! ¡Qué fácil, qué cómodo me lo pusieron, todo cerca, todo al lado… Hoy comienzo a despedirme de estas paredes, pero nunca jamás os olvidaré. Siempre siempre en mi corazón.
Fdo. Elena
8 Comments
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Estupenda historia de la vida real, bella y conmovedora. Gracias por compartirla
Gracias ti Lidia por dedicar unos minutos a leernos.
Me ha encantado …preciosas palabras y preciosos recuerdos
Rosa, me alegro de que te haya gustado, sé de verdad que así ha sido.
Cómo te entiendo Elena, yo me despedí con 7 años de mi primera casa y todavía la llevo en el corazón
Efectivamente Olga, el corazón es el sitio sagrado en el que estará siempre.
Una palabra que no utilizamos tanto en castellano: Hogar!
Cierto, preciosa palabra.